domingo, 11 de enero de 2009

¡Qué amoríos los del rey!








Ferndando VII









El deseado rey hijo de Carlos IV, posiblemente el peor monarca de nuestra historia, cobarde, engreido y oportunista, tuvo una vida sentimental bastante azarosa aunque no por ello dejó de ser bastante triste. Casado cuatro veces la primera cuando era todavía un doncel de dieciocho años, Fernando VII mostró en sus matrimonios la misma mezquindad que en su vida política.

Su primera mujer fue su prima hermana María Antonia de Borbón Lorena, una chica menuda, más fea que guapa, rubia y de ojos claros, boca austríaca, nariz borbónica y carácter dulce. Murió a los tres años de haberse casado a causa de una tuberculosis terrible después de haber llevado una existencia creemos que bastante triste al lado de un marido sin intereses culturales de ninguna clase (cuando ella tenía muchos) y de una suegra que era una auténtica bruja.



Maria Antonia de Borbón

Fernando, exiliado de Valençay pretendió a una sobrina de Napoleón, pero no estuvo Bonaparte por la labor de entregar a ninguna sobrina suya al que identificaba como un personaje de cuidado. Por tanto Fernando regresó a España donde viudo y sin compromiso y eso a pesar de que fue en estos momentos cuando se ganó su título de el "El deseado".



El caso es que Fernando a los tres años de su vuelta a España volvió a casarse de nuevo, esta vez con su sobrina carnal Maria Isabel Francisca de Bragaza, hija de los reyes de Portugal a la que llevaba diez años. Ella era gorda, mofletuda, de ojos saltuones y apagados. La pobre no tenía ni belleza, ni prestancia ni elegancia alguna. Como sería que el día de su boda Fernando encontró en las verjas del palacio un pasquión liberal que decía:
"Fea, gorda y portuguesa...¡Chúpate esa!
La Infeliz Maria Isabel también murió pronto, de parto como era tan frecuente en aquellos años, lo que no quita que a ella le debamos ni más ni menos que la creacióon del museo del Prado.
María Isabel de Braganza

Fernado, ya con treinta y cuatro años y sin descendientes aún contrajo enseguida nuevas nupcias. En esta ocasión la elegida fue María Josefa de Sajonia, una princesa alemana, triste donde las hubiera. Por lo visto su repulsicón a cumplir con los deberes conyugales era tan grande que hasta el Papa intervino para indicarle que debía aplicarse más a las labores del sexo con su marido el rey. ¡Pero es que Fernando estaba dotado de un miembro viril de tales proporciones que debía infundir respeto a la amante más aventajada! María josefa trató de solucionar su falta de apetencia dedicándose a escribir una poesía cursi y relamida y a vivir en un mundo de fantasía totalmente alejado de la realidad.
Un mundo de fantasia en el que seguramente deseó ardientemente tener un hijo, pero ni sus deseos ni la intervención del Papa ni las peregrinaciones estivales a los balnearios de Sacedón o Solán de Cabras, a tomar unas aguas que tenían fama de ser muy engandaradoras dieron al reino el ansiado heredero. Por caminos polvorientos y llenos de baches, camino a Sacedón, Fernando, dolorido y gotoso se quejaba al oficial que lo acompañaba "¡De esta salimos todos preñados menos la reina!"



Maria josefa de Sajonia

Sin herederos al trono Fernando volvió a casarse por cuarta vez, ahora con María Cristina de Borbón, sobrina suya y princesa siciliana, veinte años más joven que su esposo y todo lo contrario a su predecesora. De novios mantuvieron una nutrida correspondencia en la que Fernando declaraba su amor a María Cristina en los siguientes términos:
"Cada vez que pienso en ti, mi corazón hace pí, pí, pí" Todo un genio de la literatura nuestro deseado rey, casi tanto como lo fue del gobierno de nuestra nación.
María Cristina era graciosa y zalamera y muy adecuada para dar cumplidos deseos a su marido. Se dice que lo del tamaño del deseado lo solventó colocando entre ella y Fernando algunos cojines, habilmente perforados para que los encuentros se produjesen sin problemas. Tuvieron dos hijas, pero ningún varón, lo que iba a originar problemas sucesorios.


Maria Cristina de Borbón

Fernando murió en 1833 desencadenando una guerra civil y María Cristina quedó como reina regente. No había sido félz con el gañán de su marido por muchos cojines que usara a lo largo de su matrimonio, pero a las dos semanas de enviudar, el corazón le alivió los lutos poniéndole
delante a un apuesto capitán de su escolta, Fernano Muñoz, hijo de una estanquera de Tarancón. Pasaron dos meses y ella decidió tomar la iniciativa y durante un paseo por la finca segoviana de "Quitapesares" (que bien le viene el nombre al asunto) se encaró con él y le dijo:
-"¿Me obligarás a decirte que estoy loca por ti, que sin tu amor no vivo?"
Los enamorados se casaron en secreto; un secreto a voces pues tuvieron ocho hijos, y aunque los miriñaques de la época disimulaban sus preñeces, no bastaban para contener lo que ya era "voz populi". Cantaba el pueblo:
Clamaban los liberales
porque la renia no paría
y ha parido más Muñoces
que liberales había
Muñoz le costó la regencia a María Cristina pero vivió féliz con su capitán, pronto ascendido a duque, lo que no quita que quedase en bocas de unos y otros. Mientras los carlistas la llamaron "la princesa degradada", los revolucionarios del 54 la llamaron "reina ladrona", y el conservador Luis González Bravo "ilustre prostituta".

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