Hace sesenta años la vida era muy distinta a como es ahora y de eso dan fe las historias que nuestros abuelos pueden contarnos, historias de años difíciles, tan difíciles que hoy por hoy, acomodados en nuestros días fáciles y llenos de cosas, difícilmente podemos imaginarlos.
Mi abuelo era pastor, como muchos de nuestros abuelos y cuidaba las ovejas y las cabras del médico de mi pueblo, porque entonces eran muy pocos los que tenían ganado o tierras en propiedad, y vivía en un cortijo a unos diez kilómetros del pueblo, con mi abuela y todos sus hijos, que eran bastantes, sin agua corriente, sin luz y sin más calor en el frío invierno de la Sierra de Alcaraz que una lumbre de leños de encina y olivar. Mi padre y mis tíos trabajaron con mi abuelo desde muy pequeños en las tierras del médico, cogiendo oliva, podando, ordeñando los rebaños o esquilándolos cuando era la época.
Tenían suerte porque en el cortijo del médico tenían el trabajo asegurado todo el año pero eran muchos los que cobraban en función del trabajo en el campo y la recogida de las cosechas.
Natalia Alfaro de 3º ESO A, nos ha hecho un bonito relato de cómo era la vida en aquellos años, Franco acababa de ganar la guerra y la gente tenía miedo, tanto que los chicos y chicas corrían la voz entre ellos cuando jugaban en la calle “No cantes eso que te pueden encerrar”, porque fueron muchos los que acabaron con sus huesos en la cárcel por haber participado en el lado de los perdedores en la guerra, o por haber pensado como ellos. “Eran años donde la gente se aferró a la iglesia, cuenta Natalia, por distintos motivos, unos porque lo sentían y otros porque estaba bien visto, para no ser tratados de rojos”. Belén Mañas de 3º ESO B, apunta que a misa no podía ir uno en manga corta, sino en manga larga y además las mujeres debían llevar velo negro.
Y es que especialmente difícil lo tuvieron las mujeres, condenadas a estar en la cocina, sirviendo al marido y esposo. Natalia nos recuerda que en aquel momento “las mujeres no estaban integradas en la sociedad y ni siquiera podían pasar al bar, ni abrir una cuenta corriente en el banco, ni heredar, ni comprar, ni vender, a todos los efectos la mujer era como una menor de edad” Pero nuestras abuelas no fueron sumisas ni se comportaron como crías, fueron unas mujeres trabajadoras y valientes que debían enfrentarse a la dura tarea de dar de comer a familias en la mayoría de los casos numerosas, trabajar en el campo cuando podían o en casa de los más pudientes y luego llegar a su casa para limpiar, y poner orden, si tenían hijas estas les ayudaban en las tareas domésticas, pero pobre de la que sólo tuviera hijos…todo el trabajo de la casa recaía entonces en ellas. ¡¡Menudas heroínas!!
Uno de los pasatiempos favoritos de nuestras abuelas era ir a lavar a la fuente, allí iban cargadas con la ropa sucia de la semana y se reunían con sus amigas, cantaban, se reían y chismorreaban mucho. Era uno de los pocos momentos de libertad de unas mujeres que debían quedarse en casa porque el bar o la calle era cosa de hombres.
A pesar de todo se las ingeniaban para ligar y si les gustaba algún chico lo miraban de reojo cuando se cruzaban por la calle y acompañaban la mirada con una sonrisa medio tímida, medio pícara. Si el mozo se daba cuenta de la mirada y la moza era de su gusto comenzaba a rondar su casa por las noches, hasta que los padres daban permiso y dejaban a la hija que se asomara a la ventana para poder hablar con su pretendiente. Hablando por la ventana podían tirarse un buen tiempo y sólo cuando el novio entraba formalmente a la casa a buscar a la hija para dar una vuelta, los ya novios formales podían salir a pasear juntos.
Otra manera de cortejar a las jóvenes, al menos en mi pueblo, era en los mayos cuando los mozos cantaban una coplilla a la moza de su gusto, destacando todo lo bonito de su cara y su figura. San Juan era otra ocasión de ligue, si a un mozo le gustaba una moza le ponía un ramo de flores en la puerta y le dejaba escrito un verso medio romántico, medio picarón. A las más feas o más creídas les dejaban cardos borriqueros.
Como no era difícil el morir joven, eran muy comunes los matrimonios entre viudos, cuando esto ocurría, los mozos perseguían a los novios durante el recorrido hasta a la iglesia con cencerros, haciendo el mayor jaleo posible. Cuando mis abuelos paternos se casaron ya eran viudos, a pesar de que apenas habían cruzado la treintena. Mi abuelo era de un pueblo y mi abuela de otro pero vivían en el mío y cuando se corrió la voz de la boda todos los jovenzuelos entre 14 y 20 años acudieron con los cencerros, uno de ellos era un hijo de mi abuelo, que cencerro en mano se enteró que el que se casaba era su propio padre.
También se celebraban bailes, en los cortijos para aquellos que como mis abuelos vivían en el campo y en el pueblo para los de allí. Mi tía abuela cuenta como en el patio de una casa vecina a la mía la banda municipal tocaba “Santander, eres novia del mar” y las parejas bailaban eso si, muy separadas, bajo la atenta mirada de padres y hermanos mayores.
Belén Mañas, nos cuenta como era la escuela en estos años: “Antiguamente, dice Belén, los chicos y chicas daban clase por separado, a los chicos les daba clase un maestro y a las chicas una maestra, y se empezaba más tarde que ahora, sobre los siete años aunque la mayoría de los niños no iba a la escuela porque tenían que trabajar, el que iba lo hacía con una bolsa de tela que te hacía tu madre y en ella llevabas un lápiz, un libro, una libreta y una pluma porque los pupitres de antes tenían un pequeño agujero para depositar la tinta y por supuesto los libros que se llamaban Infancia, Cartilla y Enciclopedia Alvarez.
Sobre la escuela mi padre contaba siempre cómo, en una de las pocas ocasiones que pudo acudir a la escuela desde el cortijo, le metió “al maestro Toro”, como él lo llamaba, un lagarto vivo en el cajón de los libros, entonces no había amonestaciones pero creo que mi padre probó el puntero del “maestro Toro” en aquella ocasión.
“Fueron tiempos de pan negro, de gasógeno, de estraperlo, de tabaco “reliao”, de señoritos y pobres muy pobres, donde los niños tenían que trabajar con seis años, con el fin de llevarse un trozo de pan a la boca y en los que se dormía en las cuadras, con los animales revueltos. Tiempos en los que la familia y la vecindad era una parte importante del día a día”. Tiempos en los que según los abuelos de Natalia “no había tanta tontería como ahora y se era feliz con poca cosa, a pesar de que la gente más que vivir, malvivía pero siempre soñando con un mundo mejor”.
Un mundo mejor para ellos, pero sobre todo, un mundo mejor para nosotros. Juzgad vosotros si ese sueño se ha hecho realidad o no.
Uno de los pasatiempos favoritos de nuestras abuelas era ir a lavar a la fuente, allí iban cargadas con la ropa sucia de la semana y se reunían con sus amigas, cantaban, se reían y chismorreaban mucho. Era uno de los pocos momentos de libertad de unas mujeres que debían quedarse en casa porque el bar o la calle era cosa de hombres.
A pesar de todo se las ingeniaban para ligar y si les gustaba algún chico lo miraban de reojo cuando se cruzaban por la calle y acompañaban la mirada con una sonrisa medio tímida, medio pícara. Si el mozo se daba cuenta de la mirada y la moza era de su gusto comenzaba a rondar su casa por las noches, hasta que los padres daban permiso y dejaban a la hija que se asomara a la ventana para poder hablar con su pretendiente. Hablando por la ventana podían tirarse un buen tiempo y sólo cuando el novio entraba formalmente a la casa a buscar a la hija para dar una vuelta, los ya novios formales podían salir a pasear juntos.
Otra manera de cortejar a las jóvenes, al menos en mi pueblo, era en los mayos cuando los mozos cantaban una coplilla a la moza de su gusto, destacando todo lo bonito de su cara y su figura. San Juan era otra ocasión de ligue, si a un mozo le gustaba una moza le ponía un ramo de flores en la puerta y le dejaba escrito un verso medio romántico, medio picarón. A las más feas o más creídas les dejaban cardos borriqueros.
Como no era difícil el morir joven, eran muy comunes los matrimonios entre viudos, cuando esto ocurría, los mozos perseguían a los novios durante el recorrido hasta a la iglesia con cencerros, haciendo el mayor jaleo posible. Cuando mis abuelos paternos se casaron ya eran viudos, a pesar de que apenas habían cruzado la treintena. Mi abuelo era de un pueblo y mi abuela de otro pero vivían en el mío y cuando se corrió la voz de la boda todos los jovenzuelos entre 14 y 20 años acudieron con los cencerros, uno de ellos era un hijo de mi abuelo, que cencerro en mano se enteró que el que se casaba era su propio padre.
También se celebraban bailes, en los cortijos para aquellos que como mis abuelos vivían en el campo y en el pueblo para los de allí. Mi tía abuela cuenta como en el patio de una casa vecina a la mía la banda municipal tocaba “Santander, eres novia del mar” y las parejas bailaban eso si, muy separadas, bajo la atenta mirada de padres y hermanos mayores.
Belén Mañas, nos cuenta como era la escuela en estos años: “Antiguamente, dice Belén, los chicos y chicas daban clase por separado, a los chicos les daba clase un maestro y a las chicas una maestra, y se empezaba más tarde que ahora, sobre los siete años aunque la mayoría de los niños no iba a la escuela porque tenían que trabajar, el que iba lo hacía con una bolsa de tela que te hacía tu madre y en ella llevabas un lápiz, un libro, una libreta y una pluma porque los pupitres de antes tenían un pequeño agujero para depositar la tinta y por supuesto los libros que se llamaban Infancia, Cartilla y Enciclopedia Alvarez.
Sobre la escuela mi padre contaba siempre cómo, en una de las pocas ocasiones que pudo acudir a la escuela desde el cortijo, le metió “al maestro Toro”, como él lo llamaba, un lagarto vivo en el cajón de los libros, entonces no había amonestaciones pero creo que mi padre probó el puntero del “maestro Toro” en aquella ocasión.
“Fueron tiempos de pan negro, de gasógeno, de estraperlo, de tabaco “reliao”, de señoritos y pobres muy pobres, donde los niños tenían que trabajar con seis años, con el fin de llevarse un trozo de pan a la boca y en los que se dormía en las cuadras, con los animales revueltos. Tiempos en los que la familia y la vecindad era una parte importante del día a día”. Tiempos en los que según los abuelos de Natalia “no había tanta tontería como ahora y se era feliz con poca cosa, a pesar de que la gente más que vivir, malvivía pero siempre soñando con un mundo mejor”.
Un mundo mejor para ellos, pero sobre todo, un mundo mejor para nosotros. Juzgad vosotros si ese sueño se ha hecho realidad o no.
Este artículo se ha publicado en el periodico escolar "Raíces" del Colegio Público "Pedro Simón Abril" de Santa Ana y el IESO Nº2 de Aguas Nuevas (Albacete) con la colaboración de las alumnas de 3º ESO Natalia Alfaro y Belén Mañas.
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